lunes, 13 de agosto de 2007

El Estado del Arte.


El Metro de Santiago convoca este año una vez más al concurso literario "Santiago en Cien Palabras". El premio consiste en un viaje a las Olimpiadas de Beijin.

Existe un pobre fomento estatal tanto a los deportistas como a los literatos, por eso sorprende este fomento especial a los literatos deportistas, a los deportistas literatos o a los literatos deporte voyeristas.

Pero ya es la sexta vez que se convoca a este concurso y los breves textos que alcanzan para leerse en lo que llega un carro en la hora pico incrementan la fatiga física y espiritual de quienes se aglomeran desde y hacia sus jornadas esclavistas.

Y qué decir de esos mamarrachos llamados "nanometrajes", concurso simultaneo, que premia la capacidad de decir menos en menos tiempo.

Bueno, los genios creativos de estos concursos son los mismos a quienes se les ocurrió "bombardear" la moneda con "poesía". Claro, la vanalidad de la poesía arrojada hacía recordar con nostalgia a los Hawker Hunter.

Pero ese fue un hito en nuestra reciente historia cultural. Casi una década de sanquismo y batucadas tiene plagada a las esquinas de saltimbanquis hambrientos.

Eso ha sido el arte fomentado por nuestro Estado, pues el arte siempre ha sido financiado por el príncipe. Eso y nada más ha sido: Saltibanquis, tambolireros, y estafadores emocionales.

Cada vez que se asignan nuevos fondos debemos soportar, una vez más, a la Di Girólamo, a los Panchos Reyes y a los Bodenhofer.

Porque la mala distribución de los ingresos en Chile opera a todo nivel y cuando lo que define es el gusto de unos, ellos tienden a dirimir mediante la amistocracia. Y el gremio mejor remunerado es el de los felatelistas de elección.

El aumento del consumo cultural de los chilenos contrasta con las barbaridades estéticas que se permiten: Esos barrios pequeñitos que disponen de más recursos que Sierra Leona, son diseñados por arquitectos que debieran ser perseguidos criminalmente por la UNESCO. Y sin embargo son comprados y quienes viven en esos enclaves los sienten como propios.

Y qué decir de las cajas de zapatos que se erigen por el centro de Santiago, esas buhardillas de acero, hormigón y plástico, tan insípidas, tan agresivas con el entorno, que la Villa Portales aparece como un paraíso.

Las oficinas son similares y todos esos mamarrachos se venden, y a precios altísimos; el derecho a vivir en el infierno gris y mimetizado en él.

Pero el arte, la literatura y la arquitectura siempre han estado y van a estar en controversia. Lo que no puede estarlo es su relación con el poder y con el dinero, y que influye en cómo pensamos y sentimos el mundo.

¿Basta un marco para definir la obra? ¿Basta un propósito loable? ¿O es la técnica quien la sigue conceptuando?

Sin jugarnos por ninguna de ellas, sin apostar siquiera por una producción nacional, nuestro Estado financia a un ministerio completo para que pasee a los Jaivas de Arica a Punta Arenas, sin olvidar la Isla de Pascua.

Sin identidad, sin un contenido, sin una mínima competitividad, el arte se reduce al exhibicionismo de las hipersensibilidades de los niñitos más sensibles de las familias más pudientes; a sus neurosis y sus delirios; a su glosa permanente de lo que no comprenden ni vivencian y que de los dientes hacia fuera envidian.

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